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Iglesia

La broma macabra del bucle construcción-destrucción de Gaza

En los próximos días se empezará a reunir la conferencia de donantes para la reconstrucción de Gaza. El ministro de Exteriores de Noruega, Borge Brende, así lo ha indicado después de visitar la zona y decir, literalmente, que ésta ha quedado “como si hubiese sido golpeada por un terremoto”. No ha sido así, todos sabemos que el ejército de Israel (una vez más) es quién ha sembrado esa destrucción. 



Pero, se tratará por parte de todos los Estados como si algún fenómeno natural y letal hubiera sacudido la Franja. Nadie reclamará a Israel, ni siquiera una mínima donación para reconstruir esas viviendas, hospitales, escuelas e infraestructuras que ha destruido (una vez más). Ni tampoco a Estados Unidos, su mentor. Ellos ya han cumplido con su papel en la tragicomedia. El dinero para la reconstrucción saldrá de esos Estados “donantes” que se reúnan con tal fin; es decir, de los presupuestos públicos de esos Estados. Una vez más, se transferirá de lo público -del dinero aportado por los contribuyentes de los Estados que no han disparado una sola bala-, hacia los bolsillos privados de los llamados contratistas: esa legión que merodea para hacer negocio sobre las cenizas. Y ahora sí veremos, previo generoso pago, empresarios de todos los Estados, incluso israelíes y estadounidenses, levantar ladrillos entre los escombros.


Algunas veces, destacados líderes religiosos piden al mundo que rece, que encienda velas por la paz. Pero, por mucho que alguien a quien no le guste la Coca-Cola, ésta no dejará de fabricarse. Porque se vende, sin más. Como las armas, que se fabrican porque se usan y, es más, nadie realiza la tarea de fabricar armas, si no es porque tiene su mercado, porque las va a vender. Esa lógica del mercado no la frenan ni las plegarias ni la llama de las velas. Las armas fabricadas tienen ya su destino, esos pequeños infiernos predeterminados en el globo, con sus gentes a las que se les ha asignado el papel de víctimas colaterales. Como los judíos del criminal Hitler; como los japoneses de Hiroshima y Nagasaki del criminal Truman.


Eso es así, tanto como que mientras se escriben estas líneas, algunos afinan los tambores de guerra, preparados para destruir y bombardear (una vez más) todo lo que se reconstruya en Gaza después de esa conferencia de donantes. 


Eso es así, tanto como que mientras se escriben estas líneas, algunos afinan los tambores de guerra, preparados para destruir y bombardear (una vez más) todo lo que se reconstruya en Gaza después de esa conferencia de donantes.
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Políticos católicos y taurinos excomulgados... (y ni siquiera lo saben)

En España, destacados políticos católicos, practicantes y de misa habitual, amparan las corridas de toros casi como si les fuera la vida en ello. Aunque detrás haya evidentes motivaciones económicas, ellos defienden esta singular tradición tan sangrienta blindándola, incluso, con la categoría de Bien de Interés Cultural. Y es curioso, porque esa misma religión de la que alardean y a la que unen con tanta frecuencia a los trajes de luces, condenó en su momento esa fiesta tan bárbara. Y lo hizo en el año 1567, nada más y nada menos, que por mano del Papa Pío V (Pontífice y santo), que indicaba en su Bula “De Salutatis Gregis Dominici” que decretaba la “EXCOMUNIÓN A PERPETUIDAD” a cualquiera que organizara o participara en espectáculos en los que se luchara con toros.

El “antitaurino” Pio V, se refería, literalmente, a “(…)esos espectáculos en que se corren toros y fieras en el circo o en la plaza pública que no tienen nada que ver con la piedad y caridad cristiana, y queriendo abolir tales espectáculos cruentos y vergonzosos, propios no de hombres sino del demonio, y proveer a la salvación de las almas, en la medida de nuestras posibilidades con la ayuda de Dios, prohibimos terminantemente por esta nuestra Constitución, que estará vigente perpetuamente, bajo pena de excomunión y de anatema en que se incurrirá por el hecho mismo (ipso facto), que todos y cada uno de los príncipes cristianos, cualquiera que sea la dignidad de que estén revestidos, sea eclesiástica o civil, incluso imperial o real o de cualquier otra clase, cualquiera que sea el nombre con el que se los designe o cualquiera que sea su comunidad o estado, permitan la celebración de esos espectáculos en que se corren toros y otras fieras es sus provincias, ciudades, territorios, plazas fuertes, y lugares donde se lleven a cabo”. Llegaba incluso a afirmar, respecto a los piadosos toreros que “si alguno de ellos muriese allí, no se le dé sepultura eclesiástica”.

Quizás no lo saben, como probablemente tampoco sepan que la Excomunión rige a perpetuidad, sin que ningún Pontífice posterior tenga facultad de anular una Bula. Pero, además, ni siquiera se ha hecho, por parte de la Iglesia, mención expresa de retirarla o la ha descalificado.

Con la Iglesia han topado. O así debería ser, según su cacareada conciencia, de no ser porque ésta, junto con la dignidad y otras virtudes que en teoría deberían adornar al buen político, se encuentra cerrada bajo siete llaves en las mismas cajas fuertes que se refrescan en Suiza.



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